martes, 1 de abril de 2008

Brindis por ella.

Sintió frío y soledad y dejó que el instinto hiciera lo demás, así que se echó por encima una manta que había cambiado sus colores originales por uno indefinido que parecía proteger mejor, y lo segundo lo atendió después, abriendo un cartón de vino tinto. Una anciana que pasaba cada día por allí se agachó y puso en su cajita vacía un billete de diez euros. Él levantó el cartón en señal de gratitud. Ella le devolvió una sonrisa comprensiva. Pronto cumpliría noventa y siete y eso era mucho vivido como para andarse con remilgos.

5 comentarios:

Gemma dijo...

Bello relato, aunque seguramente no haya indigentes de esa edad. Pero tampoco importa. O acaso sí los haya, vete a saber.

Saludos

Víctor González dijo...

La edad es la que dota de la comprensión necesaria a la anciana.
Celebro que te guste.

Manuela Fernández dijo...

Cierto. El protagonista de este tu brundis, y el de mi reciente post, bien puede ser la misma persona.
Qué vida más difícil ésta, qué compleja tiene que ser como para que algunas personas lleguen hasta el punto de tener que vivir en plena calle.

Víctor González dijo...

Cuando llega la noche hay muchísimos, y en todas las ciudades. Es terrible y parece no crear alarma social alguna.

Madame X dijo...

No sabemos por qué o por quién acabaremos brindando nosotros.

"Chin, chin" por tu prosa.

X